Por H. B. Ducasse, analista.
Es una vieja historia, pero se renueva en la previa de las elecciones presidenciales como si hubiese ocurrido ayer. Habla de una experiencia fatídica, de cómo Donald Trump quebró sus casinos en Atlantic City y vivió para contarlo. No sólo eso, sino que incluso fue elegido presidente de los Estados Unidos, y ahora es candidato a la reelección. ¿Quién lo habría imaginado hace unos años? Iba a ser un imperio el de Trump, conformado en principio por el casino y hotel Trump Plaza, el Trump Marina Hotel Casino, y coronado con el icónico Trump Taj Mahal, que desde 2018 está en manos de Hard Rock Casino tras su estrepitosa caída. Aunque aparecieron películas, documentales y ríos de tinta a este respecto, su historia con los casinos pasó a ser pronto una sombra cuando comenzó a manejar el otro ‘imperio’.
UN ÉXITO QUE FUE UN FRACASO
Caída para muchos, estafa para otros, viveza, fracaso en varios frentes posibles, su vida como empresario del juego tiene varios títulos. Claro, como ocurre con la prensa cada vez que se trata de Trump, el primero en desmentir los titulares es él mismo. El actual presidente se jacta de su éxito en Atlantic City, de cómo fue más listo que las empresas de Wall Street que financiaron sus casinos. Eso decía, al menos en 2016, cuando avisaba que esa misma destreza empresarial sería la que aplicaría desde la Casa Blanca, abonando la curiosa idea de que una país es similar a una empresa privada, y puede ser manejado como tal. Pero mejor salgamos de ese atolladero, a riesgo de caer en el debate ideológico.
¿Hizo Trump por su país lo mismo que por sus empresas? Si el ejemplo son los casinos, pues son pocos quienes apostarían a repetir la historia. Lo sabremos pronto, cuando las urnas hablen, aunque su gestión será juzgada por múltiples factores: la marcha de la economía, el alarmante crecimiento de la extrema derecha, la violencia policial contra las minorías y la deplorable gestión de la pandemia. “Atlantic City me dio mucho. El dinero que saqué de allí fue increíble”, le había dicho Trump a The New York Times hace cuatro años. Su personalidad, sus hipérboles, no han cambiado. Por lo tanto, es difícil que se modifiquen las lecturas de lo que ocurrió.
HISTORIAS DE BANCARROTA
El 14 de mayo de 1984 Donald Trump abrió su primer casino, el Trump Plaza; un año después, lanzó el segundo, Trump’s Castle (luego, denominado Trump Marina; hoy, Golden Nugget Atlantic City). “Todos afirmaban lo mismo: ‘Donald no sabe nada del negocio de los casinos’”, recuerda David Cay Johnston, periodista de finanzas entrevistado en el documental “Trump: an american dream”, que se puede ver en Netflix. En abril de 1988, Trump inauguró un tercer casino, el Taj Mahal. Pero ya habían empezado los problemas para el hombre que ambicionaba que Atlantic City superara a Las Vegas como la capital del juego del país. El fracaso en su imperio de casinos comenzó antes que el maremoto que golpeó a la industria del juego de esta ciudad costera. Lo más grave es que el peso de su inmenso desastre recayó sobre los inversores y sobre muchos otros que apostaron por su ‘perspicacia comercial’: su imperio de casinos se había montado pidiendo dinero a intereses altísimos, esquivando la oposición y las advertencias de los reguladores. Desde un comienzo, la supervivencia de sus casinos pendía de un hilo, yendo siempre de crisis en crisis. Fue una evidencia de su tozuda lucha por conservar el imperio, aunque Trump se jacte de haber dejado Atlantic City en el momento perfecto.
Entre las muchas historias que hay para contar de este imperio fallido, hay una que pinta a Trump de manera completa. Se refiere a la compra del Trump’s Castle, que abrió en 1985 para competir con el primer casino de su socio, Harrah’s Marina (la unidad de juegos de Holiday Inn), con el cual timoneaba el Trump Plaza. Harrah se abrió y le vendió su parte. Era mucho ruido para la Comisión de Control de Casinos de New Jersey, que comenzó a vigilar de cerca al imperio incipiente del todavía lejano presidente. En paralelo, para terminar con la construcción del Taj, Trump apostaba a su fama, mientras emitía bonos con una tasa de interés del 14 por ciento. La deuda se volvía imparable e impagable. Menos de dos semanas antes de que se abriera el casino, Marvin B. Roffman, analista de casinos de Janney Montgomery Scott, una empresa de inversiones con sede en Philadelphia, dijo a The Wall Street Journal que el Taj necesitaría cosechar US$1,3 millón diario sólo para pagar sus intereses, una suma que ningún casino había logrado jamás. Menos aún con los nubarrones que amenazaban las apuestas en Atlantic City, víctima de la recesión de los años ‘90. En 1992, los tres casinos de Trump se dirigían a la quiebra. En 1995, la quiebra ya era un hecho y aun así, sus deudas seguían creciendo. Las malas lenguas dicen que trasladó sus deudas personales a los casinos y luego a un nuevo grupo: los accionistas. The Times relata muy bien cómo cambió la propiedad del casino Plaza a una nueva compañía que cotizaba en bolsa: Trump Hotels and Casino Resorts.
MIL MENTIRAS NO HACEN UNA VERDAD
Trump no se cansa de decir que vivió su época dorada en el negocio de los casinos. “Al principio, saqué mucho dinero de los casinos con las financiaciones y las cosas que hicimos. Luego, supe salir a tiempo de Atlantic City”, insistió. La historia reciente es más conocida. En 2014, la compañía de casinos se declaró en bancarrota por quinta vez. En 2016, un mes antes de ser electo presidente, cerró el Taj Mahal. “No hay razón para que cierre”, había dicho Trump. Fue adquirido por Hard Rock y reabierto en 2018. “El día que vendió el Taj Mahal lo hizo como si fuera un éxito, hablando de ‘una gran victoria’, de ‘grandes números’, cuando, en realidad, con el Taj Mahal, se hundieron los otros dos casinos y miles de personas con ellos”, se lamenta Steve Priskie, ex magistrado de la Comisión de Control de Casinos. Ya sabemos: si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia. Se está escribiendo ahora mismo.