En la vida adulta, cualquier referencia al acto de jugar viene acompañada casi ineludiblemente de algún nexo con el pasado, un recuerdo directo sobre la infancia. “Me acuerdo que de chico jugaba a…”, “cómo nos divertíamos con…” y un sinfín de frases que, inconscientemente, desconectan lo lúdico de la vida adulta, al juego de la responsabilidad, a lo divertido de lo serio; casi como opuestos que se invalidan mutuamente. Sin embargo, ¿dejamos realmente de jugar en algún momento de nuestras vidas? En caso de que eso fuera posible, ¿deberíamos hacerlo?
LA OPORTUNIDAD DE PROFUNDIZAR EN LA CULTURA LÚDICA
Reivindicar la actividad de jugar en unos pocos párrafos conmemorativos por el Día Internacional del Juego no es tarea fácil. El abordaje más simple requiere romper con algunos de los estigmas más profundamente arraigados en la cultura moderna. El paradigma de la actividad productiva mueve al mundo y el juego en sí mismo no genera bienes ni agrega valor (como la teoría lúdica afirma desde sus autores más clásicos). ¿Por qué habría entonces que reivindicar la cultura lúdica más allá del entretenimiento?
La respuesta no la vamos a encontrar en el juego aislado, sino en el efecto que genera cuando atraviesa otra actividad. Si bien cuando pensamos en un juego rápidamente nos imaginamos en una mesa con amigos rodeando un tablero de cartón con figuras de plástico y cartas, la verdad es que la lúdica es mucho más que un momento de dispersión. Se trata de una dinámica de creación, un ejercicio de toma de decisiones, un instrumento capaz de asignar sentido tanto al conflicto en el mundo ficticio del videojuego de turno como a nuestra razón humana de ser, aun en la peor de las crisis existenciales.
En líneas generales, un juego es un conjunto de reglas arbitrarias que limita nuestra posibilidad de acción y, en dichas condiciones, nos reta a alcanzar un objetivo. ¿Les suena conocido? Cualquier similitud con las leyes, el orden social y la búsqueda de prosperidad en nuestro día a día no es casual. Estamos inmersos en juegos constantemente; sin embargo, seguimos vinculando la noción de ‘juego’ a lo casual o al entretenimiento (después de todo, no en vano, existen las frases: “esto no es un juego” o “no estoy jugando”). En esos ámbitos, se deciden cosas “importantes”, pero ¿son importantes por naturaleza o se tratará simplemente de “juegos serios” por el sentido que nosotros mismos les asignamos?
JUEGOS SERIOS, REALIDADES ROTAS Y NECESIDAD DE ENTRETENIMIENTO
En su libro Reality is broken, la diseñadora de juegos y escritora estadounidense Jane McGonigal desarrolla un concepto del mundo moderno como “juego roto”, que requiere de constantes soluciones a problemas, pero no construye motivaciones, algo en lo cual los juegos (a los que se les dedica exponencialmente cada vez más tiempo) nos entrenan con amplia eficiencia. Recordemos que vivimos dentro de un sistema productivo que cada vez más reclama ‘creativos’ en lugar de ‘operativos’.
Aunque no lo sepamos, los juegos atraviesan nuestra vida adulta tanto como lo hacían en nuestra infancia. Claro, no actúan como tiempo conscientemente dedicado (salvo en los juegos de azar y los espectáculos deportivos), sino como dinámica que contextualiza y da sentido al juego de la vida, a lo que consideramos importante para dedicar nuestro preciado tiempo. Por eso, es necesario recuperar la dimensión valiosa del juego frente al cuestionamiento del paradigma hegemónico de la productividad.
Jugar es una herramienta sumamente poderosa, no sólo para desarrollar habilidades blandas a través de su práctica (entre otros beneficios actualmente en estudio), sino también porque nos ayuda a sobrellevar los obstáculos que aparecen en nuestra vida adulta. Esto lo percibimos desde la dura tarea de hacernos cargo de nuestros estudios hasta el arduo reto de enfrentarnos a los desafíos diarios de nuestras obligaciones laborales. A veces, basta con un par de “jugadas” para convertir el trabajo en una actividad provechosa para nuestro progreso material y emocional.
Si con tanta motivación nos levantábamos a las seis de la mañana para alimentar un Tamagotchi, ¿por qué no podemos hacer lo mismo para alcanzar nuestras metas personales y profesionales? Quizás, sólo necesitamos jugar un poco más con nuestra realidad para moldearla a nuestro gusto y divertirnos en el camino que nos llevará a ser mejores y más felices personas.
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